Pasados los años, me encuentro a niños (adoslecentes ya) a los que he hecho la primera comunión , fotográficamente hablando y el brillo de sus ojos y su fuerza, siguen estando ahí, tras esa mirada de niño que todavía permanece.
Con la mirada de Lúa, quedé atrapada desde el primer instante. Por muchos años que pasen recordaré su forma de mirar y como enamora a la cámara sin ella saberlo. Sé que cuando me la encuentre dentro de unos años, tendrá esa misma mirada de niña en ojos de adolescente y que su fuerza y magnetismo en ella, no habrá hecho más que aumentar, deseando volver a tenerla delante de mi objetivo una vez más. Lo mejor, es que le encanta que la retraten y claro, cuando la entrega es total, se nota. Se deja hacer y yo, me dejo llevar por ella y su mirada, el resto, viene solo. Miradas, sentimientos y corazón en el mismo punto de mira. Este es el resultado.
Ver la emoción, en la misma mirada que tiene su madre, al contemplar estas imágenes, es lo que mantiene viva la pasión por la fotografía tras el paso de los años. Algo que el dinero, nunca
podrá pagar.